Cine, memoria y patrimonio

Recuperar el CUYO

Por María Virginia Ameztoy|

La recuperación de las salas cinematográficas barriales es el rescate de nuestra memoria histórica, de nuestro imaginario y de nuestro patrimonio cultural. Porque el edificio que alberga a una sala ocupa un lugar en el espacio urbano, y su materialidad es la expresión tangible de la idea que antecede a la obra física que la expresa. Por eso una sala cinematográfica trasciende su materialidad, encierra y enuncia una historia de vida, la contiene y la regresa al lugar de la memoria de las relaciones sociales, de las historias de vida…. Y, por sobre todo, de la interrelación y la integración social.

En Boedo la primera sala, el Cine Teatro Boedo, se inaugura en 1916, apenas 90 años después de la primera proyección cinematográfica realizada en Buenos Aires, y a 91 años de la histórica fecha en que Luis Lumière exhibiera públicamente en el Café de Paris sus primeros cortos cinematográficos. Pero ya antes de 1916 los vecinos de Boedo habían asistido a proyecciones cinematográficas ofrecidas por aficionados al nuevo arte. Se consignan dos de estas experiencias una, en un café de la calle Carlos Calvo, la otra en el fondo de una casa particular.

A partir de la inauguración del Cine Teatro Boedo y, con el correr de los años, sucesivamente van abriéndose más salas, siete en la calle Boedo, seis más en sus alrededores. ¡Trece salas sólo en un barrio! Esto responde a que a partir de la década de 1920, el auge de las ciudades y la ampliación del espacio urbano debido al crecimiento de la actividad industrial y comercial se produce una expansión de las actividades sociales de esos nuevos sectores de trabajadores, y la salida preponderante era “ir al cine”; las salas se constituyeron en ámbitos de integración social, en ellas se establecía un vínculo de interrelación y se compartía un lugar de socialización. Porque el cine es un fenómeno que expone imágenes que conducen a la formación de otras imágenes y a la revelación de las existentes en las mentes de los espectadores develando una doble serie de hechos, unos, los que proyectan las imágenes desde la pantalla, otros, los que subyacen en la imaginación de los espectadores. Y en este proceso el público comentaba lo visto, aplaudía, lloraba o festejaba; en conjunto. Con el tiempo las salas irían convirtiéndose en las impersonales multipantalla, una suerte de no lugares, según Marc Augé “espacios del anonimato”, donde puede haber multitud de personas aunque con escasos o nulos lazos de intercomunicación.

El Gran Cine Cuyo se inauguró en noviembre de 1945, una gran sala de alrededor de 1500 localidades, integrada al mismo paisaje urbano de las ya existentes, en este sentido podríamos hablar de un proto sistema de salas barriales. El público asistía “al cine” y elegía, de la variada oferta, a cuál quería ir.

Boedo tiene una rica historia vivida, no olvidemos a los artistas del pueblo, a la Peña Pacha Camac, al Grupo Boedo, entre otras muchas manifestaciones artístico-culturales, por lo que los boedenses constituyeron un público muy entusiasta e interesado por asistir al cine.

El cierre de salas, en todos los barrios, comenzó hace alrededor de treinta años, paulatinamente fueron desapareciendo, primero, de a pocas, luego masivamente. Fenómeno estrechamente relacionado con los procesos económico-políticos, el espacio público fue cerrándose, la participación agostándose y la apelación al individualismo hecha a partir de idearios posmodernistas y globalizadores se manifiestó en el imperio del capitalismo de especulación fianciera, la lógica de la ganancia y la aplicación de medidas dictadas por el consenso de Washington. Así como se atacan los estados de bienestar, se intenta suprimir  las particularidades y costumbres de cada pueblo.

Las salas fueron vendidas, bien a cadenas de Estados Unidos que las transformaron en multipantallas, bien, convertidas en supermercados o negocios de comidas rápidas; las pocas que quedaron en pie, fueron alquiladas a iglesias de congregaciones religiosas.

Lo que queda impreso en la memoria de una sociedad no es sencillo de borrar, está en su historia, en su vida, en sus recuerdos, en definitiva, coexiste, aunque callado, en el registro, en la huella de los caminos que anduvimos y que muchas veces queremos volver a recorrer.

Memoria de los cines, memoria de la vida, los cines son memoria, están acendrados en la memoria. Recuperar sus salas es rescatar para el presente lo más entrañable y valioso de nuestra historia y de nuestro patrimonio.

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