Chapecoense

Por Mario Bellocchio
La tragedia del equipo brasileño que viajaba a disputar la final de la Sudamericana

Hace un mes y medio que Alejandro no juega. Ale es argentino. Su nombre completo es Alejandro Martinuccio y tiene 28 años. En un ya “lejano” –hace un mes y medio– partido del campeonato  Brasileño, al que llegó por primera vez en 2014, Alejandro sintió un “tirón” y fue reemplazado.

Chapecó es una pequeña ciudad brasileña –de algo más de 200 mil habitantes– en la zona oeste del estado de Santa Catarina. Y tiene un equipo local, pueblerino, nacido hace apenas 43 años como Associação Chapecoense de Futebol, “el Chapecoense” para los amigos, que son todos. Porque si el Chapecoense tuviera, en lugar de su pequeño estadio, un Maracaná, lo llenaría.

Cuando Ale sintió el tirón lo primero que pensó fue en la Copa Sudamericana. “Si seguimos avanzando no llego”, conjeturó, y no se equivocó ni en el progreso de su equipo ni en el diagnóstico de su lesión. Alejandro Martinuccio no pudo acompañar a sus compañeros a disputar la final –¡nada menos!– de la Sudamericana, en Colombia.

San Lorenzo de Almagro, el poderoso conjunto argentino con un presente que deslumbra, debe padecer la sorpresa de un empate “en uno” en su propio estadio ante el “modesto” equipo brasileño. El gol de visitante lo lleva a Chapecó con la carga de tener que retribuirle a los morochos con un golcito, por lo menos, para intentar superar el escollo. Y, hace unos pocos días, ante la disputa, la resistencia chapecoense lo proyecta a un final del encuentro con características dramáticas. Ante el cero a cero, el Ciclón con un solo gol puede pasar a la final. Faltan instantes para el cierre y el asedio de los porteños es abrumador. Cauteruccio bombea un centro y en el borbollón Angeleri la empuja hacia un rincón a un par de metros del arco. No se sabe cómo pero Danilo, el arquero local, a puro reflejo, desvía la pelota y logra la clasificación a la final. Desconsuelo azulgrana: el viaje a Colombia tiene color verde.

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La última foto del equipo antes de la tragedia

La final está en casa, piensan los esforzados de Chapecó después de haber doblegado a los Forzosos de Almagro. Sí, primero en el lejano Medellín y “definimos en casa”. Razones no les faltan para el optimismo y se trasladan a Santa Cruz de la Sierra para iniciar el viaje charter, disimulando la molestia burocrática que les plantean las autoridades paulistas. A fin de cuentas vamos a volar en el avión en que hace poquito viajó la selección argentina. Miguel Quiroga, el mismo piloto que lleva orgulloso en su cabina una foto que comparte con Messi y Mascherano va a llevarlos a la gloria…

“En cinco minutos aterrizamos en Medellín, abróchense los cinturones”. Sin embargo el breve tiempo se estira en una vuelta de calesita, demoradora, esperando la sortija de la pista libre. De pronto se apagan las luces de la cabina –es lo último que recuerdan los sobrevivientes– y la pérdida de altura precipita al avión sobre la selva montañosa colombiana. El aparato se desintegra sobre el suelo abrupto. El Chapecoense “sólo” conquista la gloria celestial.

Danilo, el héroe de Chapecó, sobrevive a sus compañeros apenas unas pocas horas. Finalmente no puede resistir la amputación de una pierna y fallece en el hospital adonde fue trasladado con vida luego de la catástrofe aérea.

El destino, para los fatalistas. La tiranía de las pequeñas circunstancias. El breve esfuerzo que le produce un desgarro a Martinuccio y le salva la vida. Un esforzado equipo jóvenes deportistas desaparecidos emulando al Torino, al Manchester United… Un modesto pueblo brasilero abrumado para siempre por la inmensa tragedia. La mano refleja de Danilo que lleva al Chapecoense a su propia “final”. Nada tan duro como las siniestras ucronías de la vida.

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